jueves, 15 de noviembre de 2007

Bajo la luna libriana. Uno de mis escritos favoritos.

03:39 y 10 de Enero comienza a desperezarse lentamente sabiendo que lo esperan sus 24 horas de gloria. Cada uno de los mortales que se congregan en esta tierra atesoran al menos uno de estos números y palabras concentrando en él un acontecimiento digno de festejar u olvidar en tanto permanezcan aquí. 10 de enero quiere lucirse. Su contra es la compañía de Domingo por supuesto. Demasiada gente con la mente desnuda y dispuesta a hacerse oír aprovechando el silencio que se abre paso, sin tener que luchar con ruidos de sellos, cajas registradoras, coros de voces vacías y charlas de ascensor. Encima en la “tele” no hay nada. Si la paranoia constituyera mi diagnostico psiquiátrico no dudaría en afirmar que este día forma parte de un eslabón gigante destinado a sacudir espíritus indolentes.
O3:41 y 29 de Enero se prepara para atiborrarse de ñoquis, mi trabajo se vuelve monótono y pareciera que los planetas dibujados en el papel están a punto de saltar con fuerza para terminar clavados justo entre mis ojos. Me paseo casi entregada por un sitio devenido en mágico imperio. Es la hora de partir y debo reforzar mis corazas para evitar el dolor del desarraigo. Esta estructura supo contenerme a modo de vientre materno y albergar las angustias que tomaban formas reales e irreversibles convirtiéndome en una adulta mujer herida desayunando con la vida y uniendo las lejanas piezas de un puzzle que hoy muestran mi historia. Nunca estuve mas conmigo misma como lo hice entre estas paredes de la calle Vieytes. Quisiera llorar pero estoy ocupada sintiendo este dolor que me surca el pecho.
Espero su llegada como quien apuesta esa ultima moneda rescatada de un bolsillo olvidado y lleno de pelusas antológicas. Oleadas de sentimientos surtidos hacen que me retuerza extasiada y con la nariz hundida en los desechos que yo misma me encargué de derivar a la sección inconsciente de mi cerebro. La desesperación va en aumento y siento que mi cuerpo cede contrariado, como queriendo desintegrarse, para permitir que esta fuerza impulsada por un hastío rebelde gane identidad luchando desde un afuera que lo califica y alimenta.
Cada noche con él no se diferencia en nada una de la otra. Penetro en las profundidades de mi vasto mundo interior y termino convirtiéndome en mi propia carcelera. Sufriendo a conciencia y añorando a aquel que no conozco pero igual espero. Fueron demasiadas las madrugadas que me encontraron frente a este monitor intentando darle forma a un alarido que anida en mis entrañas. Me dirijo a todos y a nadie mientras los relojes con sus fabricados minutos arman el molde de la condena. Es ahora cuando no me reconozco, volviendo a aceptar este pesado grillete que me inmoviliza en vano. Entre la ferocidad del oleaje y mis días nebulosos intento seguir una luz pálida que tiene mas de sueño que de esperanza. Es tan grande el deseo de ver cumplido un milagro que apenas puedo evitar que exceda la capacidad de mi unico pecho. Es que estamos en Febrero el mágico, el Santa Claus de mi biografía, cómplice y culpable de este pedido que por inédito me pone al borde de un nuevo abismo. Atrevidas como pocas se presentan estas ganas, viajan en móviles masas de sentimientos describiendo un recorrido certero en la región del plexo solar. Hoy necesito comprobar que esta maraña de ilusiones, carencias y lágrimas petrificadas pueden tomarse un descanso estallando en el aire y perdiéndose en esas usurpadoras nubes rojas que se encargaron de ocupar el cielo. No sé dónde meter tanta desesperación. Mi cabeza implora una tregua que la libre de esa multitud de pensamientos dispersos que se disparan enloquecidos hacia cualquier dirección. Auto gasolero da vuelta en la esquina y congela una gota salada en medio de la mejilla. Por una insignificante fracción de segundo me preparo para albergar a este huésped desconocido llamado felicidad que se la pasa despreciando toda invitación.
Mi propio y seco llanto logra exasperarme. Simultáneamente descubro que no veo otra salida de emergencia capaz de liberar al amotinado y peligroso asesino armado que protesta con certeras puñaladas, siempre bailando al compás del minutero.