Corría el año 2003, Martes 13 de Mayo, y también corría el agua por mi cuerpo, ya que justamente me estaba duchando cuando mi papá golpeó la puerta del baño:
Virginia: qué pasa?
Papá: llamó mi prima Alejandra, te vas a Inglaterra!
Virginia: jaja, si! Claro!. A la calle Inglaterra!. Qué decís?
Papá: recién hablé con Alejandra, necesita que viajes a Londres en un mes. Ella te manda el pasaje…
Yo soy una de esas personas que no creen hasta que no ven, empirista ciento por ciento. Por lo tanto tomé la novedad con calma hasta tanto tuviera en mis manos las pruebas que ratifiquen en forma fehaciente el viaje. El mismo día, dos horas más tarde, llegó desde Mar del Plata en un transporte una moto regalo de mi novio en ese entonces. Por ambas circunstancias, ese día es recordado como uno de los más afortunados de la historia.
Alejandra Cazeaux es la prima de mi papá, hija de Tany, la
hermana de mi abuelo Víctor. Hacía más de veinte años que no la veía, aún así conservaba un lindo recuerdo de ella, ya que cada vez que íbamos de visita con el abuelo a Buenos Aires nos alojábamos en la casa de ellos y era “Ale” la que tenía más feeling conmigo. Recuerdo que ella se desempeñaba como preceptora en un colegio y en una oportunidad me llevó con ella presentándome a todos como su sobrina “Vicky”. En la foto de arriba podemos ver a Alejandra (la que se está acomodando el pelo, a su hermano Daniel, a mi tía Tany (sentada) y yo, la más chiquita. En la de abajo, Alejandra y yo.
En los días po
steriores a su comunicación telefónica comenzamos a chatear ultimando los detalles del viaje, nos decidimos por la compañía Swiss Air y definimos el 24 de Junio como fecha de partida. Solamente había un pequeño problema, mi pasaporte estaba vencido y para colmo de males había que hacerlo nuevamente, ya que el formato anterior había caducado y se estaba utilizando uno más moderno. Si estuviéramos en un país desarrollado obviamente esto no sería motivo de preocupación, pero como nuestro lugar de residencia es Argentina era de esperar algún escollo. En ese entonces, la Policía Federal tenía problemas con los insumos, carecían de un papel especial importado de quién sabe dónde, imprescindible para confeccionar el documento. Por tal motivo se preveían demoras de hasta seis meses. De no haber tenido un pasaje con una fecha estipulada esto no hubiera sido relevante, pero era todo lo contrario: faltaba solamente 1 mes para emprender el viaje y nadie podía asegurarme que el pasaporte fuera entregado a tiempo. Para acelerar los trámites recurrí a la misma sede de la Policía Federal en Buenos Aires, me llevó todo un día completar formularios, sacarme la foto y esperar a que un subcomisario en una oficina destinada a “casos especiales” me entrevistara personalmente. Mientras permanecía en la cola tuve la oportunidad de ver por un lado gente que salía llorando de dicho gabinete debido a la negativa del funcionario para apurar la gestión, y por otro blasfemando por la pérdida de pasajes comprados previamente, sin tener la seguridad de obtener el pasaporte. Algunos de mis compañeros de fila me adoctrinaron, ya tenían experiencia en este tipo de trámites y me hicieron saber la regla número 1: jamás decirle al Subcomisario que el boleto ya está adquirido, porque esta situación lo altera sobremanera. Cuando me tocó el turno mi coartada era inexistente, no se me había ocurrido ningún argumento que pudiera justificar la urgencia del trámite. Fue así que me senté frente al Subcomisario Ramos con una única arma: la verdad. Esto me hizo sentir fuerte y pude explicarle sin titubeos la situación real. Me brindó algunas posibles alternativas para agilizar la gestión y me dijo que regresara en 20 días. El documento podía estar como no, eso se sabía únicamente al llegar a la ventanilla. Me retiré del recinto sin saber a ciencia cierta si en el lapso estipulado iba a estar habilitada para salir del país pero con la satisfacción de haber hecho lo correcto.
El Viernes 20 de Junio, a sólo 4 días de la “supuesta” salida, me dispuse a formar una nueva fila, esta vez con destino a la ventanilla donde dos oficiales mujeres eran las encargadas de entregar los documentos que estaban listos. Traté de relejarme, me puse el walkman para amenizar la espera y recuerdo que apareció una canción de Rodrigo, atiné a “pedirle” por la adjudicación del anhelado salvoconducto y recordé que el día del viaje, 24 de Junio, coincidía con la fecha del fallecimiento del cantante. Lo sentí como una señal inequívoca. Diez personas más adelante comprobé que los milagros existen y volví al hotel con el pasaporte en la mano dispuesta a emprender una de las aventuras más lindas de mi vida…